sábado, 26 de enero de 2013

¿Alguna vez han sentido el cansancio de vivir?


El ocaso de la vida...
El principio del final.

Estamos a principios de 2013... y vivir me pesa como una losa insoportable.

Página 535:  El Secuestro de Olot
Esta novela la comencé a escribir en noviembre de 1993. La terminé en abril de 2012.



Estas líneas corresponden a septiembre de 2002. Hace más de 10 años, antes de comenzar el juicio donde me pedían más de 20 años de prisión.
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   La palabra suicidio no me gusta, suena a fracaso.
   Morir… no es una vergüenza. Todos nos moriremos, un día u otro. Nadie se quedará en esta tierra para mejorar la raza humana, nadie, ni tan siquiera: Carrascosa, Pinsach o la juez Castillo… están muertos por el solo hecho de vivir. Solo es cuestión de tiempo. Es la ley. Una ley justa que nadie puede manipular, mangonear con martingalas despotizadas jurídicas. Sin embargo, deberíamos ser libres para terminar con nuestra sagrada existencia cuando creamos o estemos convencidos de que ha llegado nuestro momento
de dejar de sufrir. Sin duda, no podemos elegir el día y la hora del nacimiento, pero tenemos todo el derecho a decidir cuándo y cómo deseamos, en el momento oportuno, morir. Nos pasamos la vida cumpliendo con nuestras obligaciones; haciendo, diciendo siempre lo correcto, dando la talla en todo momento, soportando montones de desgracias: enfermedades, tragedias, humillaciones, sufrimientos,... y cuando llegamos al tramo
final de nuestras vidas, nos obligan a pasar por un estrecho pasillo sin ningún margen de error porque, unos centímetros más allá, está la raya continua y si pisamos esa mierda de rayita blanca, tenemos que pagar la multa. Sin rechistar. Por tanto: cuando las condiciones físicas, mentales, síquicas… son deplorables, estás cansado de la vida porque el cupo de sufrimiento está cubierto y no cabe

ni una gota más en el cáliz del dolor, entonces nosotros tenemos, como seres humanos racionales, todo el derecho a terminar con nuestra existencia sin pasar por ningún tribunal y sin que nuestra opinión sea cuestionada por nadie en absoluto. Por primera y última vez ninguna persona tiene el más mínimo derecho a intervenir en esta decisión. No voy a pensar en nadie, sólo en mí mismo y si llego al límite humano del sufrimiento decidiré que hacer con mi lastimada vida.
[...]
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La muerte debe de ser el descanso total. Morirse, debe ser la re ostia.
Supongo que muchas personas opinan igual que yo. Este valle de lágrimas, que nos ha tocado vivir, es un infierno de brasas incandescentes que nunca se apagan, antes todo lo contrario: resurgen con más fuerza... constantemente. Que asco de vida y de mundo nos ha tocado vivir. Joder, estoy cansado, muy cansado.
Y, la verdad, no me apetece seguir en este circulo de injusticias. Mi cupo de dolor se saturó, y no puedo más.
Muchos dirán: eres un cobarde. Probablemente. En realidad... las opiniones de lo demás me importan una puta mierda. Solo sé que con mis 59 años, a mis espaldas, son suficientes. Entiendo que, muchas personas, opinen de esa forma. Su vida debe haber sido menos complicada. Y me alegro por ellos. Pero la mía se las trae. ¿Que ser humano puede soportar que la opinión pública piense que eres un asesino? Sin serlo. Este es mi caso. Durante 5 meses (desde el 30/10/93 hasta el 27/03/1994) todo el mundo pensaba que había matado a la farmaceutica de Olot. Incluso me procesaron por ello. Y la angustia que arrastro no hay manera de que se esfume. Quizás ha llegado la hora de terminar...
He escrito una novela: El Secuestro de Olot, donde explico mi odisea en las letrinas de la injusticia.
Si queréis conocer la historia: www.elsecuestrodeolot.com

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