miércoles, 26 de diciembre de 2012

Novela: El Secuestro de Olot. Páginas 499-500-501

Para que entiendan un poco la locura judicial, del caso Olot, ahora lean las páginas: 499-500-501 del libro: El Secuestro de Olot

   [...]
   La intensa sensación angustiosa, sentida, vivida, durante todos aquellos años… nunca desaparecía, antes todo lo contrario: aumentaba. Desde fuera es una cosa, pero desde dentro es otra muy diferente.
   Cuando estás fuera de los círculos judiciales y se desconoce lo que representa ir a los juzgados con jueces, 
fiscales, policías y demás… algunos deben pensar: no es para tanto.
   Después de más de seis años, después de pasar por unos interrogatorios infernales, pasarme ciento ochenta días en prisión, ser interrogado en multitud  de ocasiones por tres o cuatro jueces de instrucción, diferentes, presentarme  cada quince días en las curias de media España, durante casi siete años, y ser inocente, debería de estar acostumbrado a los tribunales y, con la experiencia adquirida a lo largo del tiempo, adoptar una actitud tranquila y relajada.
   Y una mierda.
   Cada vez que entraba de nuevo en un juzgado me invadía un sudor frío que me producía escalofríos por todo el cuerpo causándome pequeñas convulsiones y espasmos febriles en las extremidades superiores e inferiores. Mi corazón galopaba sin control hasta el punto de sentir mis propios latidos y tenia la certeza de
que iba a estallar de un momento a otro. Se me encogía el alma y la sensación de angustia me oprimía el pecho faltándome la respiración. La lengua, por mucha agua que hubiese bebido, se convertía en un estropajo reseco que no me dejaba, en algunos momentos, emitir sonido alguno. Sentía, siento y sentiré pánico a los representantes de la ley y a los encargados de velar por, ¿nuestra seguridad? Durante toda mi vida.
   La jueza estaba sentada detrás de la mesa donde el Pinsach me noti
ficó el fiasco del primer auto de procesamiento que luego resultó ser una chapuza y que ya no existía porque la Audiencia de Girona obligó, al Antonio Pastor, a cambiar el auto del Pinsach por otro segundo auto de cuatro páginas para poder resucitar a la farmacéutica y ahora, este segundo auto, dejaría de existir. En aquella mesa de despacho, Anna Agustí me autorizó, la primera vez, a salir del país y ahora la última adquisición del caso Olot, vuecencia Pilar Castillo, repasaba sus papeles para intentar empapelarme y justificar posibles chapuzas anteriores, posteriores y venideras. Mientras tanto, temblando, me dedicaba a intentar recuperar mis constantes vitales.

   La mujer no tenía la más minima intención de comenzar la sesión y me dediqué a repasarla con detenimiento e intentaré  describirla según mi punto de vista y opinión personal.
   Pensar es gratis. ¿No?
   Estaba delante de una mujer fea con ganas. Media melena, lacia, corta, grasienta y sucia. Las greñas me indicaban que la higiene no era su fuerte. En su cara cohabitaban comedones sebáceos, inmensos, cargados de pus que se mezclaban con negras espinillas a punto de reventar. Tenía ojitos pequeños, inquietos y bailaban sin tregua, sin mirar a ninguna parte. Cabeza supina, gacha. Expresión amorfa, faz sosa y aspecto malhumorado. Aquella pobre mujer tenía la hoguera del sufrimiento grabada en su rostro y un rictus permanente de amargura palpable y la tensión escrita en su horrible, defectuosa faz. Iba pensando yo ante
su total indiferencia. Era malcarada, de apariencia desgraciada y me impactó. A lo mejor, quizá, ¿la violaron? De pequeña, porque aquel tormento tenía que tener un motivo muy importante. Quizás, ¿la violó un vecino? Pobrecita. Y que pena me daba, o no, ¿quizá? Tuvo que ejercer la prostitución para poder pagarse la carrera debido a que su familia era muy, muy pobre: vete tú a saber, a lo mejor su novio/amante/marido/ex marido, la pegaba. Con aquel rostro tan horrible, no era de extrañar, o quizás estaba equivocado, sin embargo con aquel careto, seguro, que era una infeliz —todas mis conjeturas son imaginarias—. Y la culpa la tiene mi fantasiosa mente que se me dispara y piensa en cosas sin fundamento alguno… pero, a Dios gracias,
no constituyen delito alguno.  La mente es libre como el viento. Vivimos en un país libre, en una democracia. Describir no es un delito y de paso me  ayuda a pasar el rato —meditando— mientras ella no se decidía a comenzar la sesión de interrogatorios la cual, intuía y presentía, sería un coñazo, aburrido, largo y pesado.
   Insisto, por si las moscas…  Pensar, detallar a una mujer, no es un delito.
   Sin embargo, algún día lo averiguaré
   [...]

Para saber más, enlace: www.elsecuestrodeolot.com  y comprar el libro: El Secuestro de Olot.

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